22 de enero de 2025
Auschwitz, 80 años después: relatos de vida y resistencia frente al horror nazi

Unos 40 supervivientes, repartidos por 15 países y cuatro continentes, recordaron sus vidas y su esfuerzo de transmisión como antídoto al olvido
En estos últimos meses, estos supervivientes, residentes en Israel y Estados Unidos pero también en México, Argentina, Chile, Sudáfrica, Canadá, Francia, Alemania, Polonia, Hungría y Rumanía, posaron ante los fotógrafos y camarógrafos de AFP. En su casa o en un estudio fotográfico, solos o rodeados de sus hijos, nietos y bisnietos. En algunos casos, ante las fotos de sus descendientes, su mayor triunfo.
“Cómo pudo el mundo permitir un Auschwitz? Porque ese [crimen] fue con premeditación”, se pregunta desde Santiago de Chile Marta Neuwirth, que tiene ahora 95 años, nació en Hungría y fue deportada a los 15 al mayor campo de exterminio nazi, en la ocupada Polonia.
La mayoría de los que llegaban murieron gaseados al poco de su arribo al campo de exterminio.
En total, seis millones de judíos fueron exterminados en Europa por la maquinaria de muerte del III Reich.Para muchos, el hecho de dar testimonio ha dado un sentido a sus vidas, después de haber perdido a sus padres en las cámaras de gas, de ver a su hermano o a su hermana morir de inanición, de agotamiento, de alguna enfermedad. Muchos supieron apenas al terminar la guerra que su familia había desaparecido.
Julia Wallach, casi centenaria, tiene por momentos dificultades a la hora de hablar. Entonces se interrumpe, o llora.Pero, por muy duro que sea, quiere seguir dando testimonio de lo vivido.
“Mientras pueda hacerlo, lo haré”, insiste. A su lado, su nieta Frankie se pregunta: “Cuando ella ya no esté, y hablemos de esto, ¿quién nos creerá?”.La misma tenacidad que muestra Esther Senot, una francesa nacida en Polonia que el pasado diciembre, con 97 años, no tuvo apuro en afrontar el rudo invierno polaco para acompañar a unos estudiantes de secundaria a Birkenau.
Situado a tres kilómetros del campo principal de Auschwitz, este extenso lugar alberga todavía la rampa de “selección”, adonde llegaban los trenes, así como los hornos crematorios y los barracones, rodeados de alambres de espino y de postes de cemento.“Para que no hayamos muerto para nada”, reflexiona a modo de eco, en Montreal, Eva Shainblum, de 97 años, nacida en lo que ahora es Rumanía y que a los 16 fue deportada al campo en el que fue asesinada casi toda su familia.
Durante años, los supervivientes de la Shoah tuvieron dificultades para hablar. La gente no quería escuchar lo que había sucedido en los campos de concentración y de exterminio.Han pasado 80 años o más, pero los testigos recuerdan con precisión el horror de la selección, efectuada a veces por un simple gesto de cara de un funcionario nazi, la bestialidad de las SS, la muerte planificada a escala industrial.
En la multitud de relatos, se repite de entrada el recuerdo del interminable viaje a los campos en condiciones insoportables, encerrados como ganado en vagones atiborrados, sin comida.“Cuando llegamos (a Auschwitz), había presos vestidos de traje con palos que gritaban ‘¡fuera!’. Los viejos caían, había una pila delante del vagón, y los jóvenes pasaban por encima”, recuerda.
“En cuestión de minutos pasábamos del estado de hombre libre al de detenido, con un número en el brazo, y sin documento de identidad”, detalla.
“Objetos”, pues, que eran “seleccionados” en la rampa: los más jóvenes, los de más edad, los más frágiles, a la muerte inmediata en las cámaras de gas. Los demás, a sufrir el calvario del trabajo forzado.
Marta Neuwirth, que en Auschwitz-Birkenau clasificaba la ropa de las detenidas, recuerda las columnas de mujeres sin ropa, “día y noche”, que venían de unos vagones procedentes “de todas partes”.
Tal fue el destino trágico que conocieron la hermana y la madre de Ted Bolgar, gaseadas al llegar y cuyos cuerpos “fueron quemados de noche”. Él pudo escapar presentándose como electricista.
Albrecht Weinberg instalaba cables subterráneos en Auschwitz-Birkenau. “El trabajo era tan duro, y el ingeniero (...) tan brutal, que a veces tres personas morían de agotamiento en un solo día”, cuenta.
Y a todo ello se añadía el hambre.
Y la enfermedad. Y los experimentos médicos. Como los que padeció el estadounidense Sami Steigmann, de 85 años, cuando era un niño en Mogilev-Podolsky, en Ucrania, frontera con Moldavia.
“Tomé medicamentos muy fuertes que crean dependencia, pero hace unos 45 años decidí aprender a vivir con ese sufrimiento, sin medicamentos”, añade este anciano, que luce una corbata con la bandera de Israel.
Ochenta años después, el desgarrador dolor de haber sobrevivido sigue persiguiéndoles.Él sobrevivió. Su hermano, en cambio, murió. “Porque a mí me eligieron para estos experimentos y a él no. Ni siquiera pude despedirme de él ni darle un abrazo”, recuerda este peruano nacido en Polonia.
El canadiense Pinchas Gutter, de 92 años, describe algo similar. “Siempre que pienso en el Holocausto, lo primero que me viene a la mente es mi hermana” gemela, cuenta el hombre, nacido en Polonia y deportado a Majdanek, cuando el país estaba ocupado.
“Lo he olvidado todo de ella (...) No tener el más mínimo recuerdo de ella, saber cómo era, sólo esa trenza, me duele muchísimo”, contó.
Eva Erben, una israelí de 84 años que también nació en Praga, recuerda en cambio a su madre. “Me hablaba de lo que haríamos cuando volviéramos a casa, qué compraríamos, qué zapatos nos pondríamos, qué ropa nos pondríamos e iríamos a visitar a gente, a arreglarnos los dientes”, cuenta la mujer, deportada a Theresienstadt y a Auschwitz-Birkenau.
¿Habrán servido sus testimonios ochenta años después? Los últimos supervivientes expresaron a la AFP la angustia que les inspira el mundo actual.
La época actual le recuerda los años 30, cuando, ante la amenaza del Tercer Reich, “nadie quería acogernos como refugiados”, añadió. “Salvo el hecho de que hoy tenemos Israel”, dijo.
El regreso de la extrema derecha les genera también espanto. Sea en Italia, dirigida por la jefa del partido Fratelli d’Italia (FDI) Giorgia Meloni o en Alemania, donde el partido AfD conoce importantes avances.
También existe un gran miedo al olvido. Miedo a “que se ahoga en la memoria de la Historia”, teme Pinchas Gutter. O en el incesante flujo de las redes sociales, dice Eva Shainblum.
“Durante décadas se dijo que hablábamos demasiado de ello (...) pero cuantas más generaciones hay, menos se sabe lo que pasó”, ahonda la húngara Judit Varga Hoffmann, de 97 años y deportada a Auschwitz-Birkenau.
Elena Jabina, una rusa de 82 años, incluso cree que tras la muerte de los supervivientes “probablemente no quedará ningún recuerdo”. Fue deportada al campo de concentración de Klooga, Estonia, cuando apenas era un bebé de siete meses.Para Rosa Schneeberger, sinti austriaca de 88 años, deportada a los cinco al “campo gitano” de Lackenbach, es desolador ver cómo se extinguen la cultura y la lengua de su minoría romaní.
Pese a todo, ahí sigue el mensaje de esperanza y la inquebrantable fe en la vida de quienes tan cerca estuvieron de perderla siendo muy jóvenes.
Y qué decir de la sudafricana Ella Blumenthal, de 103 años, que sobrevivió al gueto de Varsovia, a Majdanek, a Auschwitz-Birkenau y a Bergen-Belsen, que habla del “arte de la supervivencia” y del “milagro” de seguir vivo.
El leitmotiv común de todos estos supervivientes es resistir. Todos, a su manera, lanzan un vibrante llamamiento en favor de la libertad, la paz y la tolerancia.
“Hay que pasar el testigo a los jóvenes”, insiste Marek Dunin-Wasowicz, comprometido con la resistencia polaca a los 15 años, y que 75 años más tarde fue testigo en uno de los últimos procesos a responsables nazis, en este caso el del ex guardián de las SS Bruno Dey.
A ellos precisamente se dirige el francés Guy Poirot, cuya supervivencia es un absoluto milagro. Nacido a comienzos de 1945 en el campo de concentración de Ravensbrück, vivió en él sus primeros 46 días de existencia.
(AFP)